Sueño 3. Latente de Paula Quintana
Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), 2 de noviembre del 2019
“Es una luchadora”, me explicaba un bailarín de danza española y flamenco desde Barcelona a través de las redes sociales cuando vio que citaba a Paula y el espectáculo que acabábamos de ver en Mes de Danza. Así se percibió desde el instante uno, en una antigua capilla del CAAC, de la que prefirió aprovechar el reverso de la robusta puerta de entrada como decorado, antes que el frontal barroco y dorado del antiguo altar. Este primer gesto da mucha información sobre la artista. Grave, estricta, tensa y reflexiva abre con un zapateado que retumba por todo el espacio, multiplicando el silencio. Empieza el sueño y entra la composición musical, original de Juan Antonio Simarro. De hecho se trata de la versión corta de su obra Latente. Una reflexión sobre lo inmaterial que sostiene al personaje público: un lugar único del espíritu, entre los paisajes naturales inabarcables de su interior. Este es el sueño del cuerpo que se encuentra absorto en una posición desde la cual se expresa. Y Paula Quintana lo hace sin fronteras entre el flamenco y la danza contemporánea, con interés también por el teatro físico y, en general, por todo aquello que le permita un eco en ese lugar determinado. El de la soledad, el silencio y la introspección; aventuras humanas de la otredad. Para desaparecer, al final de la pieza, despojada de una capa de ropa, como para significar la liberación de lo suplérfluo, tras esa puerta que se abre al espacio del ruido mundanal. Quedan proyectadas por el espacio las imágenes del gesto intenso, brazos al aire, contorneos suaves y estructuras circulares que ha expandido durante quince minutos. Y se origina una esperanza intensa en el público: habitar de nuevo ese espacio idílico, pero bailado siempre así.
Foto: (C) Luis Castilla |
Pájaro de Teresa Lorenzo
Casino de la exposición, 3 de noviembre del 2019
Dice haber centrado este trabajo en un animal para poder liberarse de la necesidad de clarificar con el cuerpo lo que debe ser explicado solo con el movimiento. Esa elección figurativa determina dos acercamientos estéticos bien distintos y que se corresponden con las dos partes de la pieza y que tienen en contacto el cuerpo de la intérprete. En la primera con un fraseado más pausado, de reminiscencias orientales, dibujo preciso de la constitución. No hay danza sin su contorno y aquí pertenece al ámbito de la imaginación: un ave suave, sin estridencias, repleta de pequeños instantes que dibuja con la delicadeza con la que sugiere una existencia fugaz, natural y expresiva. Un tono de composición contemporánea abrazada a la esencia de la exploración, pero no necesariamente a la imitación del movimiento de un pájaro. Es lógica esta elección pues en breve irá surgiendo, sin solución de continuidad, una actitud más fuerte en el gesto. Se derrumba esa figura casi idílica para comenzar a construir una idea más salvaje. Olvidamos con frecuencia que natural y depredación son conceptos vinculados, en una inocente lectura de la realidad. Nada más lejos de lo que Teresa Lorenzo logra mostrar en el tercio final de la pieza: dura mirada en femenino. Casi contraria en su gramática a todo lo mostrado anteriormente. Como antítesis de sí misma. Dispuesta a defender que ambas ideas no son de hecho contrarias, sino más bien su otra cara. Bailar esas dos expresiones tan diversas en 16 minutos indica la calidad extraordinaria de esta intérprete.
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