Sala Fundición, 1 de noviembre del 2019
Mes de Danza Sevilla
De tal palo, tal ritmo
A nadie sorprenderá Alexis Fernández en esta pieza, si hablamos del aspecto puramente formal y de la disciplina. Se mueve a su antojo, explora límites que muchos cuerpos no conocen y relativiza eso que podríamos llamar el “buen gusto” en aras de la persistencia gestual. La lleva al extremo, agotamiento incluido, lo que implica excesos coreográficos que solo son perdonables en circunstancias así: en un centro de gravedad que parece desconocer la normalidad, con una potencia física inconmensurable y una energía desbordada. Sus trabajos no entienden tanto de retóricas narrativas como de expresividad corporal. En eso no engaña ni decepciona a nadie.
Menos conocido, como debe ser, es su faceta de padre que ha explorado aquí en directo: nada mejor para explicarse que con su hijo Paulo Fernández en el escenario. Lleva a engaño su constitución y altura, pero tiene 15 años. Y aún mucho más, por su determinación y entusiasmo. Cuando designamos con el nombre “artista” venimos a decir algo así como lo que ofrece en esta pieza de algo más de una hora de duración en la que salta, baila, se contornea, desplaza y explosiona como si siempre hubiera estado ahí, junto a su padre.
Se trazan en Pink Unicorns algunos episodios de esa relación paterno filial: más o menos como las de todos, con sus altos y bajos, entusiasmos y hartazgos, confianza y reservas, ilusiones y fracasos. Lo más original de la propuesta parte, precisamente, de su alejamiento del drama. No hace falta que nos lo cuenten, porque todos sabemos sobre esto de la relación con el padre. Y de sus problemas. Puestos a diseccionarla en una pieza de teatro, mejor hacerlo desde la simpatía, los entuertos y esa conexión especial de la que hacen gala.
El juego es la esencia de todo ello. Seguramente de ahí la referencia a los hinchables que ocupan todo el escenario y con los que interaccionan. La vida como un juego. Brincar, reír, bromear y bailar. Bailan mucho: ese debe ser el secreto que hasta ahora guardaban en privado y que han decidido compartir con todos nosotros. Gesto audaz de conexión, de empatía para con el público, pues no hay cosa más eterna que unos cuerpos masculinos, torso desnudo, infantilizados. Actitud efímera del existencialismo, más cercana a la divina providencia que al sesudo futuro responsable de la teoría educativa.
Mienten. Lo sabemos. Es parte del acto representativo. Ninguna vida queda al margen de la tragedia, lo sabían bien los antiguos al dedicar la mayor parte de su literatura teatral al mito de la familia. Pero lo celebramos riendo, asombrados por las piruetas imposibles que regalan y la fascinación que nos produce una historia trazada por el movimiento. Así da gusto dejarse enredar.
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