Volkstheater, Impulstanz Vienna
8 d'agost de 2016
Detrás de los colores
“El Jardín de las Delicias” del Bosch, expuesto en el Museo del Prado, es un tríptico pintado al óleo del maestro holandés. Con las tres láminas cerradas se representa la creación del mundo. Mientras que abierto, en la tabla izquierda hay una imagen del paraíso con Adán y Eva; la central está dominada por la lujuria y en la derecha se encuentra el infierno. Lleno de simbolismo, es una obra fundamental del autor y todavía está por determinar tanto la fecha exacta de elaboración, como su significado completo.
En una gran pantalla al fondo del escenario se proyecta el conjunto, con un par de rosetones en primera fila dispuestos a cada lado y en los que se fija la mirada en aspectos puntuales del cuadro. Los bailarines se centran en esos temas y ejecutan meticulosamente la escena seleccionada. Hay una determinación clara de amplificación del efecto turbador que produce la obra, forzando la mirada en aspectos que de otra manera quedarían ocultos por el espectáculo de colores con el que El Bosco quiso impregnar cada centímetro de la tela. Tambien hay seguramente una intencionalidad moralizante en todo ello, aspecto en el que la coreografía de Marie Chouinard entra sólo discretamente, pues parece más importante para ella el impacto visual que produce que no las posibles lecturas que pudiera extraerse de su contemplación y, en este caso, su materialización a través de los cuerpos de los bailarines.
Este aspecto, precisamente, es el más interesante de la propuesta. El cuadro toma vida. Y se hace tan real que es casi un reflejo de la tela. Aunque pierde misterio en cada ejecución. Y ese es su principal problema. Contemplado en su inmensidad simbólica, El Bosco logra despertar una imaginación que los bailarines no consiguen. Es tan certera su materialidad, que nuestra mirada solo puede que corroborarla. Mientras que en la pintura, se abre a especulaciones. Y esa grandeza se pierde en la coreografía.
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