Akram
Khan
Burgtheater,
16 de juliol
Impulstanz
2013, Viena
Escapar
sin huir
Conviven
con nosotros millones de ciudadanos que tienen raíces familiares más
allá de Europa y de gran excelencia en sus quehaceres, como es el
caso de Akram Khan, a quien debemos algunas de las mejores páginas
de la última década en danza contemporánea, desde su base en
Londres. Recordemos aquí su último paso por Barcelona, con el
espectáculo Vertical Road: un ejemplo extraordinario de
expresividad física, en el marco de una historia de reflexión
mágica. Danza y cuento suelen ir de la mano de este reconocido
coreógrafo, en espectáculos de gran formato. En pocos días,
también en Impulstanz Viena se podrá ver su obra más reciente:
ITMOi, un particular
homenaje al centenario de Le
Sacre du Printemps.
Imagino
que también conviven, en el corazón o la mente de estos ciudadanos
(sea donde estén las raíces de cada cual), una doble identidad a
camino entre los ancestros y la de un futuro dibujado a golpe de
trayecto diario. Ésta es la temática de Desh,
representada por una pequeña planta con la que se inicia el solo,
delicada y frágil, pero con raíces profundas como se comprueba a lo
largo del espectáculo. A camino entre los valores, tradiciones y
formas de vivir (no siempre concordantes) ejemplificados en dualidad:
entre la figura del padre (presente en escena a través del propio Akram) y la del hijo (a quien
también da vida con mímica y una voz en off).
Profusión de técnicas entre la danza y el teatro, dispuestas en
secuencias claramente delimitadas, para explicarnos que, así como de
los árboles sólo vemos su exterior, tallo y hojas pugnando por
subir más alto; no debemos olvidar que se esconde bajo tierra
prácticamente la mitad de su ser: las raíces.
Es en esa deliberada voluntad didáctica, que el espectáculo llega a uno de los fragmentos visuales más impactantes, gracias a las proyecciones de animación de la compañía Yeast Culture, reconocidos y premiados creadores en ese ámbito. Sería imposible conjugar el crecimiento en vertical de esa planta, si no la conectamos con sus raíces. O lo que es lo mismo: un presente -de manera especial en esta sociedad occidental a la deriva- no se podría construir de una manera equilibrada si no fuera con un buen conocimiento del pasado. Y de sus particularidades individuales. Y a la manera como se suelen contar las buenas historias: con la magia de los héroes, los peligros al acecho de elefantes y serpientes, y la imagen de una vida siempre en movimiento, en continuo gesto de progreso; la obra llega a un clímax narrativo magistral, entre el danzar y el proyectar: nueva dualidad en escena.
Y
luego están, claro, esos momentos de auténtica maravilla emocional
en los que Akram Khan tiene oportunidad de demostrar que es un gran
bailarín, además de un creador de historias. Y aunque es posible
que en este capítulo no se vea nada especialmente diverso de ese
estilo tan característico suyo, entre el ímpetu físico y el
detalle del pequeño instante; sin duda esta pieza permite una mirada
más completa de un artista que danza tan bien, como se expresa con
otros múltiples recursos. Es una mirada más calidoscópica la que
ofrece de sus capacidades en escena, hasta el punto que parecería
que fuera una compañía entera la que actúa, en un permanente
desdoblamiento de papeles y técnicas treatrales y dancísticas.
Esto
de tratar de nuestros ancentros, ¿verdad? Podría haberse convertido
o en un ajuste de cuentas o una mirada complaciente. Pues bien: eso
es quizás lo más inmenso y destacado de esta pieza. “En mi casa”,
que es como se podría traducir la palabra en sánscrito Desh,
pasa como en la de cualquiera de nosotros: con sus cosas buenas,
algunas para olvidar y bastantes para recordar. Ni idealizaciones, ni
rechazos. Así es este acercamiento (diría que a la mente y al
corazón a la vez) que Akram Kan propone a sus espectadores.
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