dimarts, 13 de novembre del 2012

Ojos en la nuca


Un niño en la orilla del mar. Deja impresa la huella de su pie y unos segundos más tarde, al tiempo que separa sus dedos de la arena, el agua la borra. Y en un juego acompasado, al poco también, el mar regresa a su inmensidad mientras él vuelve a dejar su rastro efímero sobre la playa. Y otra ola... Y otro gesto... ¿Os imagináis si fuera capaz de sostener ese movimiento y nosotros observarlo indefinidamente?

Lo efímero, como el arte de la danza, se transita porque da información exacta de la condición humana. Momentos que se ocultan en el espacio que ocuparon. Iker Arrue Mauleón sigue trabajando en esa reflexión: Instants que moren, Verfallen (podéis revisar ese trabajo aquí) y esta pieza que podemos ver gracias a Internet (gran paradoja la de este post: lo efímero y lo grabado), estrenada en octubre en Donostia, en el marco de Dantzan Bilaka 2012, junto a Dácil González. Ya les pudimos observar en Tris-Tras, de Mónica Runde, y se pudo comprobar la conexión casi mágica que este dúo conseguía con su paso a dos, sin duda uno de los momentos más expresivos de aquella propuesta. Ahora vuelven a trabajar juntos, en una pieza en la que se amplifica mejor, aún si cabe, su capacidad para transmitir unidad, simplicidad, conjunción y sinceridad.

La obra queda divida por una frase. Mejor: queda atravesada. El contacto físico de la primera parte bien podría recordar esos instantes íntimos en los que, con otros, debemos saber dar impulso y sentido al futuro en el que se sueña. En contraste con la danza sincrónica de dos cuerpos en la que, separados por sus destinos y hacia el final de la propuesta, la seguridad en uno mismo es la única esperanza en la que asirse.

Con el tiempo olvidé quien me explicó la idea de aquel niño jugando en la orilla: era la huella de su memoria. Pero sigo convencido en el esfuerzo de esos pequeños gestos que conjugan en sentido, el vivir, y que separan aquellos dos instantes: pasado y futuro.

Ojos en la nuca transmite ese coraje por transitarlos. Quizás la única mirada posible que nos quede en este presente sin memoria.



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