divendres, 2 de novembre del 2012

Lost Dog Dance

Mercat de les Flors, 1 de novembre de 2012
Sâlmon 2012, Talents Europeus en Moviment

Con el aval que significa haber obtenido The Place Prize 2011 londinense, se presentaba Lost Dog en la nueva programación Sâlmon 2012, ciclo que inicia temporada en el Mercat de les Flors. Dos piezas de entre una selección de artistas emergentes europeos, en el marco del Modul Dance y que el espacio barcelonés coordina. Su intención, a contracorriente, como insisten hasta la saciedad en la campaña publicitaria, es destacar esa labor frecuentemente ignorada por las grandes estructuras dancísticas del continente y que lleva incorporado en su ADN la apuesta por crear nuevos lenguajes. Aunque, dicho sea de paso, no sé si me atrevería a decir que resulte tan radical, habida cuenta que se hace en un teatro dedicado a lo contemporáneo en las artes del movimiento como es éste y con una pieza premiada por una casa de formación de prestigio en la materia como es aquélla. Supongo que en los márgenes aún queda mucho por descubrir. Y si bien la programación es interesante, no sé si es toda la posible. Ni siquiera si se trata de la mejor selección, ni si todos los artistas tienen las mismas facilidades para mostrar su trabajo. Pero éste es otro tema al que algún día deberemos dedicarle un rato de reflexión...

El fracaso como oportunidad

Dos arrastran hacia un final las imposibilidades que produjeron en su trayecto: It needs horses, la pieza premiada a la que nos referíamos. Algo que se acaba (frecuentemente) dice más de lo que se escribió durante su proceso, que no del punto de llegada. Quizás de haber estado más atentos a los silencios, hubieran podido ocuparlos de sentido. Ésa es la principal evocación del dolor producido en los proyectos finalizados: dónde encontrar las causas que llevaron al desastre a aquellos sueños. En este caso, una pista de circo en la que una miedosa acróbata no encuentra la manera de bajar del trapecio, mientras su compañero aún la desea y se resiste a aceptar el final patético y desalmado de un espectáculo que tiene que implorar el aplauso y el dinero de su público.

lostdogdance.co.uk
La coreografía de Ben Duke y Raquel Meseguer pone el acento en la decadencia de ese final, aunque impulsados por la oportunidad que genera. Todo fracaso es una magnífica ocasión para volver a empezar. Y si bien Adán y Eva pecaron (en la referencia bíblica podemos situar el estudio de la pieza); fue ése y no cualquier otro el origen de la vida tal y como la conocemos. Una idea que Christopher Evans y Anna Finkel interpretan con una sincronía efectiva y translúcida, creando una indiscutible empatía para con unos personajes que en otras manos hubieran resultado vulgares y extemporáneos. Y todo plagado de excelente humor negro. Magníficas de evocar la imagen del caballo y su jinete en plena doma; o la de la batalla en el suelo entre las fuerzas brutas de dos cuerpos que ejercitan su pasión desde el amor y el odio.

La oportunidad como fracaso

No sería necesario, pero Home for broken turns bien podría ser entendida como el segundo capítulo de aquella historia. Viene precedida por una breve introducción, en la que las bailarinas (cinco en este caso) van construyendo lentamente el contexto de la escenografía: un rancho en el desierto mexicano podría servirnos como imagen. Ése es un momento muy creativo, que da pistas de la simplicidad pero efectividad de las ideas con las que se manejan en Lost Dog Dance: unos tablones, la imagen de un gallo y una valla construida con delicadeza son más que suficientes para ponerse en situación. La misma capacidad con la que desde la expresividad de la gesticulación, las onomatopeyas, los gritos y las proximidades de los cuerpos (recordemos que es una compañía que trabaja en el ámbito de la danza-teatro) sirven al propósito central de la pieza: transmitir la calma con la que los afectos reconstruyen el dolor que produjeron los desafectos. O lo que es lo mismo: cómo en los espacios íntimos (la familia, por ejemplo, aunque suene a conservador de la mano de una compañía como ésta) se puede transformar el dolor de lo vivido, en esperanza. Al menos aquella en la que (como en este caso) de lo que se trata es de aceptar, que no de cuestionar.

Todo ello trabajado desde movimientos amplios, profusamente extravertidos, de experiencias humanas que van desde lo introspectivo hacia lo expresivo e interpretados por Lise Manavit, Laura Pena, Ino Riga, Solène Weinachter y nuevamente Anna Finkel (la hija pródiga, con el mismo atrezo que en la anterior pieza) en una conjunción y exactitud brillantes. Sin olvidar de mencionar la puntual aparición de Christopher Evans, también en el mismo papel que en la primera parte. Esos detalles y la hilarante escena de cómo se ejercita la doma del caballo que una de las bailarinas explica con un juguete son figuras que invitan, como se decía, a relacionar las dos piezas presentadas.

En suma, un ejercicio de optimismo, displicente con lo textual al uso, lleno de aciertos y brillantemente ejecutado.

...

Os invito a leer más sobre estas dos piezas y descubrir un crítico de danza que me apasiona por la exactitud con la que recrea los espectáculos que comenta y que escribió en agosto de este año:
Whatever is going on has less and less to do with a desperately failing circus act and more to do with laying bare the emotions coursing behind the makeup and costumes: the frustration, the sexual energy, the passion, the madness, the fading dream.

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