Compañía Sharon Fridman
Sat
Teatre, 22 de novembre
Festival
DANSAT 2012
Como
es sabido, en su sentido etimológico, la palabra persona proviene de
máscara y tiene su origen en
las representaciones teatrales de los griegos antiguos. Cada
personaje con la suya, lo que permitía al espectador pensar sobre el
papel asignado a cada uno de nosotros en este mundo, o teorizar,
como diría Nietzsche. Mucho más tarde, el Psicoanálisis se encargó
de señalar la diversidad de interpretaciones que permitía una misma
persona, en un doble
sentido: papel que se juega en un momento dado, como significado que
se da a esa representación. Porque somos seres de múltiples
máscaras.
Al
menos dos caras parece que
existen, según la Compañía Sharon Fridman. O
mejor, si me permitís: si tuviéramos que señalar la línea
divisoria entre el afuera y el yo, sería ese muro sobre el que
camina en los primeros instantes de la obra Arthur
Bernard Bazin. ¡Pero ojo! A
unos cuantos metros del suelo, siempre a riesgo de caer a éste o al
otro lado de la escenografía. Un montaje tecnológico, por cierto,
compuesto de paneles móviles, que tanto permiten delimitar un
espacio íntimo (del adentro), como las múltiples y tortuosas calles
que transitamos en nuestro quehacer diario (de lo otro), y que
manejan con soltura los dos bailarines con la ayuda imprescindible de
una especie de tramoyista general, el performance Antonio Ramírez-Stabivo, figura
clave en la pieza no sólo porque permite esos cambios, sino sobretodo
porque sitúa sobre el escenario al espectador, al convertirlo en
espejo de aquello que debe mejor saber hacer: el voyeur.
¿Y
qué invitan a ver en este caso? Todo aquello que nos define cuando
protegemos a un semejante, lo acogemos en nuestra casa, jugamos con
él, lo arrastramos, empujamos sus esperanzas, lo recogemos después
de un mal día, bailamos su música, lo circulamos en sus proyectos,
comprendemos sus silencios, celebramos sus éxitos, lo movilizamos y,
en general, lo que permitimos que pase cuando abrimos las
puertas a otro de al menos esa segunda cara de la que estamos
constituidos.
Todo
ello explicado con un lenguaje explícito que hace de estos
bailarines -dúctiles como el agua y fuertes como la tormenta de
verano; con movimientos enérgicos como el fuego y pausados como las
brasas; y en lo físico de su contacto y lo espiritual de su
conexión- un volcán de danza compacta, transformadora y sutil a la
vez y que convierten esta pieza en una celebración de todo lo mejor
que una persona puede
ofrecer en su máscara de cada día, cuando transita al otro lado de
su yo.
Suena
música de carrusel (Luis Miguel Cobo): que la vida es sólo
un sueño...
"estos bailarines, dúctiles como el agua y fuertes como una tormenta de verano...". Me encanta. Verdad. Abrazo
ResponElimina:) ¡¡¡quedé fascinado!!!!
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