Jirí
Kylián
Ballet
de l'Opéra de Lyon
Dissabte
22 de setembre de 2012
Biennale
de la Danse
De par tout, ça tristesse...
Bailar
en tres actos. Repartir en ese tiempo su cadencia. Ser continuidad:
sólo espacio solitario. Contar de nuevo que se hundieron esperanzas.
Ser aquí, de nuevo: nada. Y aceptar por fin esta nueva (re)escritura.
Primer
acto: una bailarina, desde una plataforma situada en las primeras
filas del patio de butacas se dirige, con movimientos lentos, algo
desencajados, como tiritando por el frío o el miedo, hacia el amplio
escenario de la Ópera de Lyon. Situado al fondo, una estructura
gélida, de grandes plataformas blancas, simulando espacios cerrados,
protegidos de la intemperie, en un entorno que se adivina
inmaculadamente hostil. Busca refugio. Es una de entre tantos de
ellos, que van apareciendo normalmente en parejas. Suena intensa la
música del violoncelo que acompañará el resto de la función.
Música casi atonal, en registros contemporáneos, con cierta
conspiración por crear un efecto de incertidumbre y desaliento. Para
cuando llegue el inicio del segundo acto, en
continuidad con el primero, toda la compañía lleva buena cuenta de los encuentros y
desavenencias que la nueva intrusa genera en la comunidad a la que se
dirigió.
Intermedio:
diez minutos en que la bailarina sigue ejecutando su soledad, en
medio de trajín de operarios que retiran las estructuras de madera
del escenario y cuelgan dos grandes figuras geométricas: un cono, a
la derecha, suspendido en movimiento conforme se suceda la siguiente parte; y una gran figura blanca, un algo indeterminada: quizás algo
así como un gran corazón que se mantendrá en suspensión y quieto
en el fondo izquierdo. Es el segundo acto, en el que propiamente nos
encontramos en las entrañas de esa comunidad,
lejos ya del frío hostil. El músico, a la manera de como se sucedía
en los banquetes de los grandes palacios, se sitúa con su silla en
pleno escenario. Suenan los momentos más intensos, bellos,
memorables y emotivos de toda la composición, mientras la compañía
regala brillantes desplazamientos al unísono, contagiada por la
excelencia del momento coreográfico que la pieza logra. Nuestra
bailarina, aunque sólo sea en esos pocos minutos, logra burlar a su
destino y acompasa con los demás sus esperanzas.
Tercer acto: de nuevo se reestructura el escenario y los bailarines, como
hicieran en el intermedio anterior, hacen sus repeticiones a la vista
del público, que aprovecha para descansar, charlar, pasear por el
teatro... Aparecen unas escaleras gigantes, que ocupan medio espacio,
con final incierto entre el cielo y los focos del proscenio. Momento
ejemplificante el de estos jóvenes, absortos en su memoria,
dibujando una y otra vez movimientos que veremos ejecutar en un rato,
hablando discretamente entre ellos, mientras se corrigen y se ayudan
a volver sobre sus pasos. Mientras, la bailarina vuelve a su
composición inicial y poco a poco regresa al filo del escenario,
donde como ya hizo en el primer descanso, se sitúa de espaldas al
público: señal inequívoca del inicio de la tercera y última
entrega de la obra. Sin remisión. Sin excepción. Ser aquí de
nuevo: nada. Y vuelta a aceptar la nueva (re)escritura, mientras el
músico hace sucumbir en emoción intensa el dolor de la tragedia y
caen dos cortinas de finas estructuras, a cada lado del escenario,
que acaban por encerrar los personajes en su interior.
One
of the kind es una obra excepcional, iluminada
por el sentir más profundo de la condición humana (recordar aquí
que es un alegato a los derechos humanos: la libertad y la
colectividad); con una coreografía intensa, que requiere de cada
bailarín y sin excepciones una dedicación absoluta y compromiso.
Una de las nueve obras que Kylián ha regalado al Ballet de l'Opéra
de Lyon para que preserve en la memoria. Una obra maestra
absolutamente indiscutible, en el que la danza encuentra una
expresividad y una fuerza narrativa de una potencialidad casi
inaudita.
Y
sobretodo, una experiencia que arrastra al espectador a través de
toda esa tristeza inmensa.
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