Teatre Grec, 05 de juliol de 2017
Festival Grec de Barcelona
© Matthias Leitzke |
El desconcierto
Dos consideraciones previas: bastaría que Israel Galván se dedicase a taconear, percutir con su cuerpo y llevar sus brazos al cielo, como ocurre en la última sección del espectáculo, para escribir de nuevo aquí que el público está rendido a su arte. Segunda idea: hace tiempo que viene expresando su deseo de colegiar aún más sus espectáculos. Siempre han sido corales, pero también es cierto que todas las miradas están puestas en él. Pues bien: encontró un buen argumento para huir de esas cotillas. Y, como siempre, arriesgó. Y montó La Fiesta. ¿Qué pasó al otro lado? El desconcierto...
A los habituales (El Junco, Uchi, Alejandro Rojas-Marcos, Eloísa Cantón, Emilio Caracafé) se les une el cantaor Niño de Elche: un encuentro que se espera siempre explosivo. Y también el bailaor Ramón Martínez, la cantante Alia Sellami y el Coro Byzantine Ensemble Poolytropon. Hay más talento junto en ese escenario de lo que se puede absorber. La consigna: la libertad creativa alrededor de la idea de fiesta. Cada uno la suya. Algunos apuntes de dramaturgia lo intenta cohesionar, pero no es suficiente. El caos inunda el escenario. ¿De qué otra manera es lo popular? ¿Me cuentan cómo acaban las calles después de una buena celebración?
Hasta ahí todo según lo previsto: con orígenes tan diversos, el cante, los mil flamencos, el sentido religioso, el jamón, una aria y hasta un apunte de música de discoteca aparecen. Naturalmente lo más sorprendente lo sirve el Niño de Elche: esa sencillez performativa que es torrente silencioso. Ya no es siquiera su tonada lo que inunda: solo con su presencia y sus tímidos arranques bailados logra centralidad absoluta. De hecho es, de todos ellos, quien goza de más tiempo para lucirse. Al otro lado, observando, dispuesto a contravenir cualquiera que le acuse de reiterativo, está Galván: basta dos minutos para colocar todas las piezas en su lugar. Que aquí se viene a disfrutar de los demás.
Eso precisamente es lo que aporta, a sus maravillas creativas de los últimos tiempos, este espectáculo del genio sevillano: la comunidad. Y como en todo edificio, personajes bien diversos. Habrá quien admire la presencia hipnótica de la Uchi, sus lamentos y un taconeo que es esencia, voluntad y genio. Otros descubrirán el gaditano El Junco, con un imponente físico, recreándose en maneras algo más clásicas, como para demostrar que en el flamenco caben todos. Se dejarán llevar algunos por la sonoridad ortodoxa de las voces masculinas de la Ensemble. Se encontrarán unos pocos algo más seguros en los acentos de la guitarra comestible de Emilio Caracafé o en la voz envolvente de la tunecina Alia Sellami.
Pero solo una cosa deberemos convenir: aunque todo ello junto no logre una unidad; aún a falta de cohesión en el espectáculo y la dificultad que comporta para ubicar en la galaxia creativa del artista esta propuesta; todo esto no sería posible sin la capacidad de Israel Galván de reinventarse una vez y otra. Su alocada necesidad de más. Y su esperanza de lograr de nuevo nuestra adhesión. Aunque solo fuera por ese intento, es necesario este desconcierto.
© Aliaksandra Kanonchenka |
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