diumenge, 23 d’abril del 2017

Monstruo

Laila Tafur
Festival Sismògraf 2017
22 d'abril de 2017


 
Foto: Martí Albesa

Macabro encanto

Saberse de otra pasta. Como constituída por algo distinto, alejada de lo común. Algo así es lo que significa esta profesión que Laila Tafur lleva al paroxismo. Alejada de significantes, perfilada solo con los suaves apuntes de lo extraño. Ser un monstruo: la alteridad de lo normal, situada al margen, construyendo realidad inversa. Bailándola como poseída de lo otro. Lo que deviene extraño a los ojos.

Un solo exigente. Porque está expresado a colación. Como para dejar claro que solo en el escenario es donde puede encontrarse un espacio, tiempo y lenguaje suficientes que permitan afirmar lo que siempre hemos sabido: la (re)presentación no es otra cosa que una huída, un alejarse, la màscara con la cual poder mostrar aquello que en realidad no es. ¿Qué otra no es la función del teatro? 

Se dice tímida y vergonzosa. Explica que se pone roja en situación social. Preocupada por aquello que otras dicen de ella. Eso reza el programa de mano. Pero debajo de esa piel de la apariencia aparece otra realidad. Cantante, bailarina, mujer en grito. Más parece realmente un felino: huidiza, incesante, dispersa, soluble en gesto, lábil en movimiento, diversa en expresiones. Ahora estalla en lucimiento, como se refugia en el silencio del compás. Todo lo expresa en la mirada: determinada solo para lo oscuro. Da igual qué personaje encarne porque desde la supuesta fragilidad de la intérprete que recibe a los espectadores deambulando nerviosamente por el escenario; pasando por la imagen de la mujer oculta tras un velo; la cantante famosa y desafortunada; hasta la performer psicotrópica, ella siempre es Laila corporeizada en alguien distinto.

No es un monstruo, sino un híbrido. Un alejamiento de realidad. Una intérprete circunstancial de la capacidad mosntruosa de cada uno para escrutarse como macabro encanto.


Foto: Martí Albesa

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