Festival Sismògraf 2017
22 d'abril de 2017
Foto: Martí Albesa
Macabro encanto
Un solo exigente. Porque está expresado a colación. Como para dejar claro que solo en el escenario es donde puede encontrarse un espacio, tiempo y lenguaje suficientes que permitan afirmar lo que siempre hemos sabido: la (re)presentación no es otra cosa que una huída, un alejarse, la màscara con la cual poder mostrar aquello que en realidad no es. ¿Qué otra no es la función del teatro?
Se dice tímida y vergonzosa. Explica que se pone roja en situación social. Preocupada por aquello que otras dicen de ella. Eso reza el programa de mano. Pero debajo de esa piel de la apariencia aparece otra realidad. Cantante, bailarina, mujer en grito. Más parece realmente un felino: huidiza, incesante, dispersa, soluble en gesto, lábil en movimiento, diversa en expresiones. Ahora estalla en lucimiento, como se refugia en el silencio del compás. Todo lo expresa en la mirada: determinada solo para lo oscuro. Da igual qué personaje encarne porque desde la supuesta fragilidad de la intérprete que recibe a los espectadores deambulando nerviosamente por el escenario; pasando por la imagen de la mujer oculta tras un velo; la cantante famosa y desafortunada; hasta la performer psicotrópica, ella siempre es Laila corporeizada en alguien distinto.
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