Ha llegado desde Brasil una muestra de lo que se adivina es un amplio impulso creativo y social. Bailan y expresan inquietudes tangibles, surgidas de su idiosincrasia cultural, con propuestas sencillas pero claras, en diálogo con el mundo al que pertenecen, en amplias redes de conexión y con la mirada puesta en la creación. Debe un organismo público como es el Graner, Fábrica de Creación de la Danza, poner en relación nuestros artistas con esa maraña de libertad que se mueve por toda Latinoamérica, para mostrar también el talento de aquí, pero sobretodo para contagiarse de un entusiasmo y una fuerza que surgen de un país convencido de sus capacidades. Porque cree en la tenaz labor del oficio artesanal. Que aquí podemos resumir en tres capítulos básicos:
Lección 1: unos buenos referentes
Para gozar de la danza actual basta con algo tan simple como mirar bailar en perspectiva. Y muy importante: sin añoranzas. Este es un tiempo para la acumulación: y el bailarín ejemplifica como nadie esos centenares de estilos, lenguajes y estructuras diferentes sobre los que construirse un presente. Así lo investigó en su día Cristian Duarte: seleccionando 100 de esos pequeños momentos de los que se sabe en deuda, de los que aprendió, con quien simpatiza especialmente y a quien debe en cierta manera su posición de movimiento. El trabajo se completó en un esquema con fragmentos de vídeo que puede consultarse aquí. Y con el espectáculo que se ha presentado en el Mercat de les Flors: The hot one hundred choreographers. De esa lista, quizás lo más ejemplificante es la heterogeneidad. Porque hay una escritura de la memoria en la que hay que fijarse muy bien para entender el actual momento de la danza: surge en gran medida por generación colectiva y no únicamente como resultado de la Academia. Y eso es algo, ya lo entiendo, duro de aceptar por parte de la vieja guardia, pero inapelable: existe una experiencia individual y grupal, que se comparte en talleres y encuentros, en espacios abiertos e irrigados de comunidad. Una marea de complicidades que definitivamente aleja la técnica del objetivo danzado. Aunque, como es en este caso, la ejecución no fuera lo más esencial del espectáculo.
Lección 2: una buena conexión
Que la danza contemporánea no interesa al público es uno de esos discursos intencionados para salvaguardar lo antiguo. Simplemente: es reaccionario. Basta solo para demostrarlo los skaters de la plaza dels Àngels, frente al MACBA, fascinados con el deambular alocado de Volmir Cordeiro a golpe de percusión de Washington Timbó, en una de las acciones que el Festival Sâlmon< ha llevado a cabo en complicidad con otros espacios culturales. La invitación es intensa: de la sala del museo a la calle. Rue se titula precisamente el espectáculo. Hay un juego intencionado entre lo que queda detrás de la puerta, por descubrir, y aquello que tiene la plaza pública como escenario. En la última sección de la obra se pone de manifiesto, al regresar al Atrio del centro de arte el numeroso público junto al espontáneo. En ese momento, la exclusión del indocumentado (en este caso, los que no tenían entrada) pone en evidencia algo muy simple: el acceso a la cultura solo es posible si se destinan recursos. Bien: cambien aquí la palabra “cultura” por “danza” y habrán dado con el entuerto. No es una cuestión de lenguaje y de instrumentos de interpretación. Es que todo empieza por destinar los recursos necesarios para su difusión y descubrimiento.
Lección 3: un buen argumento
La pieza con mayor implicación emocional del Festival Sâlmon< probablemente ha sido la de Lander Patrick y Jonas Lopes: Cascas d'Ovo. Dos hombres, con los ojos tapados, confiados solo al contacto físico. Excelente desde el punto de vista de la coordinación entre los dos intérpretes, tiene varias capas de significado con las que el público puede encontrar su propio sentido. Este esfuerzo de diálogo entre la danza y el espectador es una característica fuerte del lenguaje del movimiento. A veces más críptico, en ocasiones bastante más lineal, como aquí. Pero la ausencia de la palabra es otro de esos elementos de la construcción en los que deberíamos insistir más a menudo. No es para nada una limitación, sino justo todo lo contrario: un espacio abierto a la (re)significación. Sólo necesita de una actitud activa. Algo que, sea dicho de paso, no se perfecciona solamente con una buena lectura o un experto. Más bien con un esfuerzo personal extra. Desde luego muy contrario a la pasividad con la que se quiere al consumidor de cultura o esa decena de extras con su deambular existencial con el que cierran la pieza, que aparecen con sus mil tareas y obligaciones, ajenos completamente a la felicidad corporal que los dos bailarines están compartiendo. Ellos, es cierto, están algo abstraídos de la realidad, en pleno enamoramiento. Pero no me dirán que el resto simplemente no se enteran de ese pequeño milagro que es el amor bailado entre dos.
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