Coreògraf
i ballarí: Guillermo Weickert
Pianista:
Alejandro Rojas-Marcos
Cicle Cosmo>· < isions, La Caldera 10 de juny de 2016
Rareza
de complicidad
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Se
echaba de menos el pequeño espacio de exhibición del centro de
creación La Caldera, en su nuevo emplazamiento en el barrio de Les
Corts, que han inaugurado con un programa fuerte y delicado a la vez.
Se trata del ciclo de artes escénicas Cosmo>.< isions en el
que se ha presentado IUSISUSU? del pianista Alejandro Rojas-Marcos y
el bailarín Guillermo Weickert. Radicalmente contemporáneos, es un
encuentro en el que nada parece lo que es: dos instrumentos, el
musical y el corporal, despojados de su uso habitual, tocados de otra
manera, en una filigrana artesanal exquisita, que da como resultado
una rareza de complicidad entre ambos. De esta manera, el piano se
trasforma en cuerda frotada y el bailarín en expresión móvil. Se
abren las entrañas, en un gesto exaltado, y se presenta el
instrumento musical a la intemperie sin su tapa, con la percusión
abierta en canal; mientras el bailarín, con una botas por calzado,
gesticula flexibilidad sin rozar apenas el suelo de madera de la
nueva sala.
Tiene una dificultad este espectáculo para quien lo observa: ambos artistas bailan, no en el sentido clásico de la palabra. Y cada uno en un extremo de la sala, pocas veces juntos. El genial pianista con las manos metidas dentro del engranaje, con un repertorio inimaginable de utensilios, como son los del cirujano en carne trémula; metáfora de un interior inaudible, de ese espacio de cada cual en el que se encuentra la verdad de lo sentido. El increíble bailarín, expulsando con su gesto rápido y radical, como si de una conjura se tratara, estados de ánimo, pesares y denuncias, que hasta con el público se atreve con su mirada tensa y decidida. Y ambos acompasados como en un ritual de ruptura, qué otra cosa no es el arte, el de este tiempo, según el cual nada sirve para lo fue pensado. Otra vez esa confusión, ese estado de no lugar en el que estamos instalados. Por eso de la extrañeza: porque en ese contexto creativo que los dos artistas provocan con el espectáculo, lo raro es que todo es complicidad, armonía, felicidad. Quizás porque aceptan sin reservas lo complejo de esas entrañas. Piano que no percute, pero que es caja de resonancia; cuerpo que no ejecuta, pero que es locución en movimiento.
Tiene una dificultad este espectáculo para quien lo observa: ambos artistas bailan, no en el sentido clásico de la palabra. Y cada uno en un extremo de la sala, pocas veces juntos. El genial pianista con las manos metidas dentro del engranaje, con un repertorio inimaginable de utensilios, como son los del cirujano en carne trémula; metáfora de un interior inaudible, de ese espacio de cada cual en el que se encuentra la verdad de lo sentido. El increíble bailarín, expulsando con su gesto rápido y radical, como si de una conjura se tratara, estados de ánimo, pesares y denuncias, que hasta con el público se atreve con su mirada tensa y decidida. Y ambos acompasados como en un ritual de ruptura, qué otra cosa no es el arte, el de este tiempo, según el cual nada sirve para lo fue pensado. Otra vez esa confusión, ese estado de no lugar en el que estamos instalados. Por eso de la extrañeza: porque en ese contexto creativo que los dos artistas provocan con el espectáculo, lo raro es que todo es complicidad, armonía, felicidad. Quizás porque aceptan sin reservas lo complejo de esas entrañas. Piano que no percute, pero que es caja de resonancia; cuerpo que no ejecuta, pero que es locución en movimiento.
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