loscorderos.sc
& Mss. Q
Sala
Hiroshima, 7 de febrer de 2016
¿Vida
inteligente?
Mire:
no nos engañemos. Si llegaran de otro planeta más avanzado,
sencillamente se regresarían sin perder ni un minuto. En eso
consiste ser más listo: saber qué cosas no tienen remedio. Y la
compañía loscorderos.sc (David
Climent, Pablo Molinero),
con el concurso por primera vez de Mss. Q (Pia Nielsen), lo tienen
tan claro que en su nuevo espectáculo simulan ser una banda, la del
fin del mundo, como anticipo frustrado de ese encuentro. Ponen
esfuerzo, claro: nos repiten hasta la saciedad en qué consiste el
error, en esa obstinada voluntad de acción tan contraria al devenir
improbable del destino. Pero pronto descubren una realidad que les
acaba superando: nadie les escucha, excepto unos cuantos espectadores
que llenan diaria y obstinadamente la Sala Hiroshima, convencidos
como estamos que algo habría que hacer al respecto.
Esta
es una pieza que de nuevo habla de varias cosas a la vez. Por un lado
ese relato sobre la propia condición humana. Pero hay más. Se trata
de un artefacto de destilación artístico que afecta a la propia
experiencia escénica. ¿Esto que hacen es danza? ¿Se trata de
teatro? ¿Es un concierto? Quizás todo a la vez. Y entonces: ¿cuán
es el lugar que ocupan en la constelación de las artes? Y éste es
el apunte, a mi entender, más interesante de loscorderos.sc. Y
ampliamente coherente con el mensaje de la obra: esto da igual lo que
sea, porque lo importante es lo que deviene. ¿Por qué siguen
emperrados algunos en etiquetar? Ni siquiera me parece que ese
concepto de “teatro bastardo” sea necesario. Lo importante es el
encuentro que genera entre capacidades dispersas del pensamiento (la
música, el movimiento, la palabra) para hacer posible otra cosa. Con
una particularidad tan fuerte que se convierte en una singularidad
creativa: la dispersión de mensajes que el público no tiene más
remedio que ir ordenando según su potencial.
Porque
la gran cuestión no es si una civilización superior a la nuestra
perdiera su precioso tiempo enseñándonos cosas. Tampoco si nosotros
seríamos capaces de escucharles, algo muy dudoso. Sino la obertura
de miras que se precisaría para una maniobra como ésa y que se
resumen en la máxima: no basta con comprender algo para saberlo.
¿Acaso es necesario para amar entenderlo todo? Así que hay algo
más: se trata de un ruptura. La misma que genera la compañía con
las disciplinas artísticas. Esa cartesianismo sobre el que hemos
construido los límites de la percepción. Esa dualidad (y sus
clasificaciones derivadas) que contiene en sí misma el problema.
Porque no todo pasa por ser pensado. En ocasiones lo experimentado va
más allá. Es el caso de La banda del fin del mundo.
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