Mercat de les Flors, 6 de novembre de 2015
La conciencia de la mirada
Concluye la trilogía de Alessandro Sciarroni sobre el esfuerzo con un partido de Goal-Ball, el deporte adaptado para invidentes. Se trata de recrear sobre el escenario las particulares condiciones de ese juego, con sus rituales y movimientos precisos, mientras el artista italiano nos invita a reflexionar sobre otras cosas. La fijación en una temática particular es una de las características de este tríptico: en Untitled, la primera pieza que vimos en Barcelona, lo hizo con unos maravillosos malabaristas que tejían en el imaginario la idea cooperativa de aquel esfuerzo, piedra de toque de cualquier cosa, pero muy especialmente de las artes en movimiento; mientras que en Folk's, el año pasado, lo hizo incidiendo en la voluntad colectiva como motor de ese gesto.
Es casi una paradoja que con esta economía de recursos consiga semejante resultado. Se trata simplemente de una partida, desconocida seguro para la mayoría, a partir de la cual procura arrastrar al espectador. El instrumento, naturalmente, es la pasión: empatía entre quien observa el juego y quien lo practica. Ese fenómeno, que no es exclusivo del deporte, pero sí excepcional en su magnitud sirve a Sciarroni para ir presentando tímidos cortes de pensamiento a partir de la manipulación de las condiciones del partido: la iluminación y el sonido, aspectos estos de importancia vital en cualquier espectáculo teatral, son también las condiciones de necesidad a través de las cuales se apela al público. Doblemente: pues los jugadores tienen precisamente limitaciones sensoriales.
El resultado, como en las otras dos obras de la trilogía, sigue siendo una sorpresa que contiende varias capas de significado, aunque hay que decir que de menor entidad y profundidad que en las anteriores. Hay un desplazamiento en los intereses del creador, en la búsqueda de nuevos estímulos y una preocupación excesiva por el papel del público, a quien en otras ocasiones había reservado el juego principal, pero sin implicar en la lógica interna de la producción. Aquí, con esa manipulación expresa de la intensidad en el volumen de la música y de los focos de la sala, se rompe la libertad con la que se miraban las otras piezas, hasta el punto que se fuerza la mirada, como si se quisiera un espectador plenamente consciente de sus limitaciones o de sus ventajas. Y eso produce cierto desasosiego, primero porque solo se apunta y no se profundiza en ese aspecto; segundo porque el resultado de ese efecto es demasiado evidente.
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