divendres, 18 de setembre del 2015

Swan Lake

English National Ballet
Directora artística: Tamara Rojo
Tamara Rojo / Isaac Hernández / James Streeter
Gran Teatre del Liceu, 17 de setembre de 2015

Publicat al portal de crítics Recomana.cat

Foto: Annabel Moeller

Canon de perfección

La recuperación que Tamara Rojo, como directora artística, está haciendo de algunas coreografías y, sobretodo, del espíritu del ballet clásico es una de las cuestiones más problemáticas de su trabajo en la English National Ballet. Entendamos aquí por “problema” no cómo algo negativo, en su acepción popular de dificultad, sino como todo lo contrario: una cuestión a resolver, algo que es un reto, un impulso, y por lo tanto un estímulo. Porque gozar (sólo puede emplearse esta palabra) de la versión de Derek Deana, basada en la de Marius Pepita & Lev Ivanov, de El Lago de los Cisnes no es para nada ningún tipo de contratiempo, pero sí que nos enfrenta a una cuestión acuciante en un país como el nuestro en el que el ballet tiene un público fiel -y ejemplo de ello es que se han vendido todas las localidades para las cinco funciones del Liceu- pero no estoy seguro si dispone de una base popular suficiente. Y muy especialmente en una ciudad como Barcelona con tantos aficionados a la danza contemporánea.

Tres elencos de lujo se han encargado de poner la pregunta sobre el escenario de la Ramblas: el de Tamara Rojo e Isaac Hernández en los roles protagonistas, el jueves y sábado. Su paso a dos en el segundo acto, en el lago, es una auténtica lección de estilo y técnica, sobrepasada por la extrema emoción y delicadeza con la que abordan respectivamente a Odette y el enamorado Príncipe Sígfrid, que cree haber encontrado fuera de las paredes del castillo el verdadero amor, aún sin sospechar cómo el destino le jugará esa mala pasada en forma de cisne negro. La inspiración es algo tan intangible, que la perfección de estilo nunca podría substituir. Así se explica en el libro de mano de la función de estos días. Pero convendrán conmigo que sin ese don, ni la mejor gestualidad podría hacernos ver mucho más que unos cuerpos perfectos en movimiento, algo que lejos de constituir arte es simplemente disciplina.

Pues bien: esa es la cuestión de esta versión brillante, entusiasta, con un cuerpo de baile con el mismo valor que sus solistas y una orquesta que, aunque estuvo un algo precipitada en el primer acto, supo encontrar el tono adecuado el resto de la velada. ¿Recuperar esa tradición en ballet tiene que ver con volver a ese régimen de lo perfecto como manifestación propia o es una suma entre aquella notación que cincelaba a rojo vivo los cuerpos de sus bailarines y el contagio con el entusiasmo de lo bailado contemporáneamente? Porque de algo no hay duda: aunque pudieran reproducir hasta el mínimo detalle cada segmento de una obra tan conocida como es El lago de los cisnes y fuese posible retroceder a ese idealizado final del siglo XIX y principios del XX, la mirada del espectador actual está atravesada por un imponderable que es la imagen en movimiento (y sus derivadas). Algo que nunca nos permitirá ver la ejecución de los bailarines como la vivieron en su tiempo Chaikovski y Pepita. Y eso es suficientemente importante como para no olvidarlo en una empresa como esta.

Afortunadamente, en esta versión de la English National Ballet parece que se ha tenido ese extremo en cuenta, salvo en un par de ocasiones como la teatralidad de los personajes relatándose cosas sin palabras, o la escenografía demasiado exultante en el tercer acto del palacio real, y que no resulta fácil en contraste con el gran acierto que supone el humo y una luna llena al fondo con los que representan de manera sintética y efectiva el entorno del humedal en el que están condenados al hechizo. El lago de los cisnes de la compañía capitaneada por Tamara Rojo despeja algunas de las incógnitas mayores de cómo transmitir la tradición a las generaciones actuales de espectadores, centrando su esfuerzo en una interpretación que el público supo loar y agradecer en la función del jueves, pero aún no ha resuelto definitivamente el problema del encaje de ese ballet estrenado el 1895 y que pugna por no dejarse arrastrar en el olvido en nuestros días. 

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