Aimar Pérez Galí
Fundació Tàpies, 13 de juliol de 2015
Foto: Andrea Ayala |
La ética del gesto
“Me
parece que los bailarines tienen que ser un poco tontos para pasar
por lo que pasan cada día. ¡En serio! Para pasar por ciertas cosas
hay que ser completamente inocente o un insensato, porque si te lo
pensaras medio minuto no lo harías.” La frase la dijo Merce
Cunningham a un periodista, para escándalo de éste. La anécdota se
recoge en el libro de conversaciones del coreógrafo con Jacqueline
Lesschaeve El bailarín y la danza.
Y parece que algo así sucede de vez en cuando. Algunos bailarines,
como en este caso Aimar Pérez Galí, un día se preguntan cosas.
Sucedió mientras estudiaba interpretación en Amsterdam. Y el
resultado de estos años de trabajo, lecturas y baile queda recogido
en una performace/conferencia de una hora de duración: Sudando
el discurso. El formato es en sí
mismo una provocación: dictada con su propia voz en off, mientras
danza por la sala sin ninguna intención de traducir en coreografía
todo lo que se va escuchando. Que es mucho y de calado teórico y que
ha recogido en un libro de auto-edición para deleite de los amantes
de conjugar en primera persona el verbo “pensar moviéndose”. Un
ejercicio de apropiación emocional, en el que el bailarín ha
encontrado un nuevo sentido a su quehacer.
La
tesis central de su libro y performance es de enjundia: el bailarín
subalterno toma la palabra. Lo hace para dejar constancia de ese
sistema de control que sobre su cuerpo ha tenido históricamente el
otro: el coreógrafo, sus maestros, la tradición. Desde el ballet
clásico hasta nuestros días el intérprete ha sido moldeado con ese
discurso. Y la posición de Aimar Pérez Galí es clara y
determinada: “Soy algo más que un cuerpo que suda.” Y el
descubrimiento que muchos otros antes que él, y muchos
contemporáneos también, están conjugando ese verbo libre que les
permita seguir bailando, empoderados de la dirección hacia la que
ellos mismos determinen. Esta performance, y su libro resultante, son
una fuente inagotable de razonamiento, profusamente documentado,
ameno y fluido, con el que poder compartir no sólo ese punto de
partida sino también un montón de referencias de la historia de la
danza. Bailarines que antes que él también entendieron que “la
danza solo necesita ser un ejercicio espiritual en forma física”
(de nuevo Cunningham) y para que ello sea posible sólo hay una
opción, también en su periodo de formación, y que pasa por dejar
de considera al bailarín como objeto mudo.
Hace
mucho tiempo que intentamos “Olvidar a Foucault”. Quizás por su
mala recepción, especialmente en la tercera etapa de su producción.
Como señala en ese libro Jean Baudrillard porque lo incómodo “es
que si en algún sitio hubo represión o, al menos, efecto de
represión (y eso apenas se puede negar), permanece inexplicable.”
Sea porque sean unos insensatos, estos bailarines, o simplemente unos
inocentes. El solo esfuerzo por comprender como esa micro-física
forma parte de la propia genealogía del ser que baila, como hace
aquí Aimar Pérez Galí, es digno de aplauso y elogio. Otra cosa es
si analizamos eso en clave subjetiva. Porque, lo queramos o no, cada
uno de nosotros formamos parte de esa estructura y actuamos al
dictado de nuestra propia decisión. No hay un poder central
manipulador, sólo pequeños gestos en movimiento con los que
reafirmamos esa representación. Y aceptaréis conmigo que en esa
parcela de libertad íntima reside lo más difícil: la tentación.
Porque tiene que ver, definitivamente, con la ética del gesto.
Foto del propio Aimar Pérez Galí, camiseta sudada en la Fundació Tàpies el 13 de julio de 2015 |
En el vídeo, una versión corta de la performace/conferencia:
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