dijous, 2 de juliol del 2015

Vorònia

Festival Grec de Barcelona
Marcos Morau / La Veronal
Teatre Grec, 1 de juliol de 2015

Publicado en el portal de crítica Recomana


Fuego bendito

Como si se tratara de una hoguera de San Juan. Desde el minuto uno, Marcos Morau decide prender la connivencia con los abusos que en nombre de la fe ha cometido lo clerical. Y no sólo lo consigue, es que estamos frente a una pira creativa de lo más superlativo nunca ofrecido por La Veronal. De nuevo convoca en el escenario a sus bailarines, esta vez para algo tan grande como inaugurar el Festival Grec, y cual demiurgo arrebatado de verdad les hace atravesar las brasas de la estupidez humana que empañaron de sangre pecadora semejante cordero inocente. Ahí, en ese inicio del espectáculo, se concentra todo el universo imaginativo de la compañía: el movimiento audaz que en gesto anguloso muestra la perfidia de lo humano; la escenografía que a la manera de una pantalla relata la historia de la traición; la banda sonora de una cultura expulsada del paraíso; y, finalmente, la coreografía de múltiples lenguajes artísticos convocados al festín del fuego redentor. El arranque de Vorònia es pura consagración del nihilismo.

Definitivamente nadie va a bailar nunca el “estilo Veronal” como la propia compañía: dejémonos de franquicias. Sus acentos gestuales traspiran de sentido porque son coprotagonistas. Las nuevas incorporaciones se contagian de ese entusiasmo y es en el conjunto donde se mide ese rendimiento, más allá de brillantes intervenciones en solitario o pequeño grupo. Eso permite infinitas variaciones coreográficas, aderezadas de experimentos, como por ejemplo el que producen con sus manos en el eco del espacio del Teatre Grec.

Puestos a quemar, lanzan también a las llamas los propios referentes: ahí está ese niño y los animales, para contrariar a Orson Welles: esos perros de Alain Platel que aquí deambulan brevemente buscando comida. También la danza-teatro y esa apropiación u homenaje, que nunca se sabe, a Pina Bausch con los bailarines transitando lentamente por las alturas del escenario. Y al fuego también con lo propio: nuevamente una vitrina donde sucede todo al margen de lo real, como en Nippon-Koku; o ese cadáver exquisito con el que en Siena esta compañía llegó a la excelencia creativa. Muebles viejos de los que deshacerse, en una declaración de intenciones que de tan evidente, conmueve.

En ese preciso instante Vorònia es un éxtasis de dolor. Deberían haberlo acabado así. Eso es (aceptémoslo de una vez) de lo que está hecho la humana condición, sin las vanas esperanzas de comprender por qué.

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Al programa especial del Recomana a l'emissora de ràdio Coolltura, en vam parlar. Aquí l'enllaç.
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En el número 57 (gener-febrer'16) de la Revista Susy-Q també més reflexions sobre l'obra:



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