Jordi
Cortés i Damián Muñoz
Mercat
de les Flors, 18 de gener de 2014
Diez
años, cien representaciones, es un tiempo suficiente para afirmar
que estamos frente a una excepción. No es habitual en nuestro país
encontrarnos con dos coreógrafos y bailarines persistentes, con
impulso creativo y fuerza expresiva suficientes como para mantener
durante tanto tiempo una obra rodando. Y menos con las dificultades
técnicas que conlleva ésta.
RENCUENTRO(S)
En
Ölelés,
que tanto significa en húngaro “matanza” como “beso”, la
construcción general goza de un apasionado clima muy cercano al
texto original sobre el que se asienta: El
último encuentro
de Sándor
Márai. Contribuye a ello el
control de luces, la escenografía y la selección musical, pues
generan en el espectador una intensa experiencia estética que juega
a partes iguales entre la sencillez y el efectismo. Unas copas de
vino y un par de sillones dan idea del contexto histórico y la
psicología de los dos personajes, enfrentados entre ellos en el
pasado y que cuatro décadas más tarde vuelven a rencontrarse. Jordi
Cortés y Damián Muñoz están en la edad ideal en la que se sitúa
la trama, ambos con un paisaje interior y una presencia escénica que
solo la madurez y el cuidado de sí mismos pueden asegurar. Es
probable que la flexibilidad y la capacidad dancística fueran algo
mayores en su estreno, pero quedan perfectamente suplidas en las
actuaciones que han podido verse en el Mercat de les Flors estos días
por su pasión, entrega, comunión y perfecta sincronización.
Recordemos que no se trata aquí tanto de recuperar una pieza, sino
de volver a mostrar algo que nunca ha dejado los escenarios, de
manera que en este tiempo se ha ido acumulando experiencia y matiz en
los roles que dibujan. Y aunque la esencia tanto musical como del
gesto coreográfico se mantiene, la profundidad del relato se
incrementa gracias a ese tiempo transcurrido.
Se
trata de una afrenta entre dos viejos amigos que tienen pendiente
resolver el problema que les separó. Pero hay una luz, una paz
espiritual con la que se sabe significar toda la obra. De manera tan
determinada que hasta se transmite en los momentos de baile intenso y
disputado entre ambos cuerpos, mientras intentan abrazar una victoria
incierta. Es lo más destacado, junto a los silencios, los recitados
de texto y algunas de las arias
que suenan. Desde este punto de vista el rencuentro con la pieza, y
por extensión entre los propios personajes y entre estos y el
público, no muestra fisura alguna y confirma la calidad del trabajo.
Pese a todo, los años nunca pasan en balde y tanto tiempo después
de su estreno se acusa un cierto agotamiento en el movimiento y en la
propia coreografía. Como un trabajo conocido, apunta ideas que se
han podido ver en otros momentos de los propios bailarines, como de
otros artistas y queda lejos de poderse considerar un hito, más allá
de esa extensa vida de la que ha gozado. Solo una mirada más
inocente, sin presupuestos anteriores, mejor casi sin información,
creo que pueda captar mejor lo mucho que enseña. Desde esa
perspectiva, su programación de nuevo es un acierto pues permite
dibujar una historia de la danza que sin memoria de la representación
no sería posible alcanzar.
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