Les
Ballets de Monte-Carlo
Director
artístico: Jean-Christophe Maillot
Escenografia:
Ernest
Pignon-Ernest
Vesturari:
Philippe Guillotel
Il·luminació:
Dominique Drillot
Gran
Teatre del Liceu, 15 de febrer de 2014
Hacer
piruetas es al ballet, como contar cuentos es a un buen narrador. Y
Maillot debió soñar muchas noches, como el protagonista de La
Belle, en saltarse todos los
estándares para acabar explicando lo de siempre. Reactualizar o
reapropiarse, suele decirse en estos casos. Como si se tratase de
algo nuevo, cuando en esencia es lo propio: lo que se espera de una
compañía de prestigio como Les Ballets de Monte-Carlo, en un
escenario seguro como es el Gran Teatre del Liceu.
Se
trata básicamente de una exquisita versión de una ruptura que nunca
se produce. Quiero decir que seguramente en el espíritu del
coreógrafo está plantear un nuevo paradigma con el que leer una
tradición que algunos piensan trasnochada (nunca mejor empleada esta
palabra como aquí), y reaccionaria. Me estoy refiriendo, por
supuesto, a los agoreros de la esencia que aún defienden un gesto
coreográfico que resulta impensable a los ojos de la actualidad. Por
eso Maillot debe disfrazar de color, con globos de helio y pomposos
disfraces unos bailarines que ofrecen una alta predisposición
representativa, en ejecuciones de buen calado técnico. El paso a dos
con el que se cierra la obra resume lo más destacado de la noche:
tierno, sincero y clarificador. Lo ejemplificante de su esfuerzo
queda substituido por lo escenográfico, de manera que puede
perpetrarse mejor la pretensión de generar una falsa sensación de
cambio.
Porque,
y que nadie se lleve a engaño, Maillot lo que de verdad parece
buscar en esta propuesta que mezcla la música original de
Tchaikovski
con la del ballet de Romeo y Julieta es explicar un cuento. Lo que
vendría a confirmar la tesis de que todo vale si de lo que se trata
es de trazar la geografía del corazón del hombre: deseo y acción.
Da igual si por el camino no sabemos reconocer esos personajes,
tampoco los gestos que danzan y menos aún las líneas imaginarias
con las que la tradición se enfrenta a los naturales cambios del
devenir de la historia. Narrar como danzar, la esencia de ese milagro
que Les Ballets de Monte-Carlo saben versionar como pocos.
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