diumenge, 16 de febrer del 2014

La Belle

Les Ballets de Monte-Carlo
Director artístico: Jean-Christophe Maillot
Escenografia: Ernest Pignon-Ernest
Vesturari: Philippe Guillotel
Il·luminació: Dominique Drillot
Gran Teatre del Liceu, 15 de febrer de 2014


Hacer piruetas es al ballet, como contar cuentos es a un buen narrador. Y Maillot debió soñar muchas noches, como el protagonista de La Belle, en saltarse todos los estándares para acabar explicando lo de siempre. Reactualizar o reapropiarse, suele decirse en estos casos. Como si se tratase de algo nuevo, cuando en esencia es lo propio: lo que se espera de una compañía de prestigio como Les Ballets de Monte-Carlo, en un escenario seguro como es el Gran Teatre del Liceu.

Se trata básicamente de una exquisita versión de una ruptura que nunca se produce. Quiero decir que seguramente en el espíritu del coreógrafo está plantear un nuevo paradigma con el que leer una tradición que algunos piensan trasnochada (nunca mejor empleada esta palabra como aquí), y reaccionaria. Me estoy refiriendo, por supuesto, a los agoreros de la esencia que aún defienden un gesto coreográfico que resulta impensable a los ojos de la actualidad. Por eso Maillot debe disfrazar de color, con globos de helio y pomposos disfraces unos bailarines que ofrecen una alta predisposición representativa, en ejecuciones de buen calado técnico. El paso a dos con el que se cierra la obra resume lo más destacado de la noche: tierno, sincero y clarificador. Lo ejemplificante de su esfuerzo queda substituido por lo escenográfico, de manera que puede perpetrarse mejor la pretensión de generar una falsa sensación de cambio.


Porque, y que nadie se lleve a engaño, Maillot lo que de verdad parece buscar en esta propuesta que mezcla la música original de Tchaikovski con la del ballet de Romeo y Julieta es explicar un cuento. Lo que vendría a confirmar la tesis de que todo vale si de lo que se trata es de trazar la geografía del corazón del hombre: deseo y acción. Da igual si por el camino no sabemos reconocer esos personajes, tampoco los gestos que danzan y menos aún las líneas imaginarias con las que la tradición se enfrenta a los naturales cambios del devenir de la historia. Narrar como danzar, la esencia de ese milagro que Les Ballets de Monte-Carlo saben versionar como pocos.


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