Ballett
am Rhein Düsseldorf Duisburg
Gran
Teatre del Liceu, 9 de febrer de 2013
“Moderno
es aquello que encuentra la medida justa entre el tiempo que acaba de
discurrir y el tiempo por venir”
Jean Clair: La
responsabilité de l'artiste
Con la mirada del ahora
La
música de Bach se puede vivir más como un estado, que como una
emoción. En el ámbito de lo sensible actúa como lo hace un bálsamo
en las heridas del pensamiento; mientras que en la transmisión de
sentido se sitúa cercano al silencio. De ahí su magnitud porque
siendo instrumento, acaba convirtíendose en finalidad: estar ahí,
en el ahora de su experiencia, mucho más que sentir aquí. O almenos
es así como puede ser vivida.
Quizás
algo de todo esto tuvo presente el coreógrafo suizo Martin
Schaläpfer cuando en el 2002 preparaba su trabajo para el Ballett
am Rhein Düsseldorf Duisburg.
Lejos de (re)interpretar El
Arte de la Fuga
de Bach, buscaba saber. Porque aunque emoción sea el sujeto de vida,
su infinitivo es el verbo estar. Y el barroco, con sus derivas
clásicas, es -como tantas cosas- un inasible para nuestros tiempos.
Mientras que el tránsito por los dibujos, las figuras y los
movimientos que transmite aquella música (especialmente en este
presente agotado) puede que sea una aproximación más exacta al
estado fronterizo entre el silencio y lo sensible.
En
la primera parte de la pieza, en un acercamiento más juguetón, sin
excesivas ínfulas, de bailarines solistas que se dejan llevar por
una cierta candidez con la que esa música les acompaña. Todos
precisos ejecutantes, en composiciones de trazos expresamente
irregulares, acordes con el sentido más aproximado que el movimiento
del Barroco (según cuentan en el programa de mano) debió tener para
su época. Sin más intencionalidad que la de llevar a cabo
instantes, bailar y proyectar una feliz sensación de estar vivo.
En
la segunda sección, algo más graves, manifiestamente resueltos a
fraguar, hasta las últimas consecuencias, esa transformación de lo que
Bach podría haber dicho sobre su música si también hubiese sabido
bailar. Dudo -en respuesta a una afirmación que leía hace poco- que
le hubiera convertido en mejor músico; pero seguro que hubiera
entendido esta apropiación desacomplejada que el Ballett
am Rhein Düsseldorf Duisburg
ha hecho de sus Fugas.
Y
no porque la música necesite ser complementada por ninguna imagen, y
de ellas hay un inmenso repertorio en esta obra, a camino entre lo
contemporáneo y la técnica más clásica. Más bien porque es
imposible separar el sentir, del vivir. Como lo es el silencio, de los
cuerpos que danzan.
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