Direcció i coreografia: Daniel Rosado Ávila, Reinaldo Ribeiro, Arantza López Medina
Passeig de La Muralla d'Olot, 21 d'abril de 2018
Passeig de La Muralla d'Olot, 21 d'abril de 2018
Festival Sismògraf
Foto: Martí Albesa |
Cultivar lo esencial
El Colectivo Lamajara ha resuelto el Festival Sismògraf 2018 con la propuesta que seguramente más recorrido tendrá en la nueva construcción teórica y de sentido en la que el sector de la danza está inmerso en la actualidad: Labranza Kids. Pongamos algo de contexto a esta afirmación: dentro de las actividades para profesionales, el viernes por la mañana tuvo lugar en el encuentro anual en Olot una serie de charlas que pretendían reflexionar sobre la posición del Festival y la del sector de la danza en este momento. Abrió turno la doctora Ester Vendrell, profesora del Institut del Teatre. Ponía en evidencia algo bien conocido por todos: el terremoto de magnitud inimaginable que la crisis económica provocó en los últimos séis años y las líneas de fuga, auténticas fisuras de terreno fértil en el que estaría surgiendo nueva vida en la actualidad, viejas zonas afectadas por aquella devastación y en las que poco a poco va naciendo nueva realidad.
Pues bien: una de ellas tendría que ver con el esfuerzo de reencuentro con lo esencial, con las raíces más profundas del acto artístico y que resumía en la conferencia con dos aproximaciones: hacia la naturaleza, el espacio común, la singularidad del vínculo humano con su entorno; y por otro lado el retorno a la experiencia inaudita, mágica, que el propio arte genera en el espíritu humano.
Labranza Kids logra esas dos aproximaciones y con el efecto multiplicador que sólo el trabajo honesto, inspirado y sincero puede producir. Se trata de un espectáculo con niñas y niños de mediana edad con los que comparten durante unos días un dispositivo que ha inventado este colectivo de artistas de formaciones diversas e interesados por la capacidad del cuerpo para expresar desde lo social y comunitario la necesidad de repensar nuestra actual relación con el mundo. Toman prestada la imagen del campesino, en tanto que profesional vinculado con la tierra, y tratan de extrapolar al artista ese cultivo desde lo interior: ese inexistente vínculo actual con lo que de verdad importa, hacia un exterior que necesariamente ha de repensar, cuestionar, emancipar de una fisura emocional con la naturaleza que el hombre contemporáneo vive.
Todo este complejo pensamiento podría parecer excesivo para un grupo de chicos y chicas, reunidos en un taller por tan pocos días. Pero es todo lo contrario: porque su corta edad permite poner todavía a salvo algunos valores básicos que por mal que les expliquemos pueden entender a la perfección: ¡podemos cultivar tantas cosas en nuestra vida! La paz, la comprensión, la comunicación, la tolerancia, la simpatía y el respeto son frutos viables durante todo el año; y el del arte y la expresión, sus corolarios definitivos para toda una vida.
Y con esos presupuestos tan sencillos y verdaderos se presentan frente a un público conocido: familiares, amigos, compañeros de la escuela. Emocionan, conmueve por su seriedad, su fortaleza, su memoria, su solidaridad, en un breve espectáculo de 15 minutos. Pero a los demás, bailarines, programadores, periodistas, críticos, gente toda del sector de la danza que como observadores ajenos nos acercamos casi con indulgencia a ver ‘unos niños bailar’ nos dan un ejemplo que vamos a recordar por tiempo. Porque ese arte al que ellos se han aproximado, al que dedicamos nosotros tanto esfuerzo por comunicar o los artistas por hacer; es algo distinto a lo que nos hemos imaginado, a lo relatado, a aquello que hemos estado diciendo todos estos años. Porque a veces nos olvidamos de algo sencillo y complejo a la vez: su mágica capacidad de transformación humana.
Foto: Martí Albesa |
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