diumenge, 4 d’octubre del 2015

Monster

K. Dance
Coreógrafos: Anne Holst & Jean-Marc Matos / 1minute69, Ilusión visual interactiva
Artistas digitales: Aurélie Dumaret & Emilie Villemagne
Creado y bailado por: Marianne Masson & Mario Garcia Sáez
Sala Hiroshima, 2 de octubre del 2015



Laberinto de extrañeza

Primera de las propuestas que bajo la denominación "Fenòmens: experiències entorn del cos" se irán presentando en la Sala Hiroshima y el Espai Erre en los próximos meses. En un primer capítulo hay todo un campo de investigación que conjuga las herramientas digitales, la imagen y el movimiento y que se debe (y quiere) atender en la programación de la sala del Poble Sec. Una buena manera de dar visibilidad a este tipo de trabajos, diseñados a veces con economía de recursos pero generosidad de dedicación.

Monster es una primera aproximación a ese diálogo, tenso y lleno de niebla a veces, por la acusación tantas veces escuchada de una tecnología que no sabe encontrar la discreción en medio de una dramaturgia y su espacio escénico, provocando un protagonismo que -reconozcámoslo- muchas veces hemos visto en otras propuestas. La imagen en movimiento, sea ésta de vídeo, captura en directo, proyectada o emitida en mil artilugios, tiene una fuerza, una presencia de tal magnitud, que hasta el mejor de los bailarines lo tiene realmente difícil para lograr la atención cuando compiten en un mismo entorno y tiempo.

A no ser, como en esta ocasión, que sirva para acentuar el movimiento de sus bailarines. Graves e intensos Mario G. Sáez y Marianne Masson: hilo de Ariadna en el que confía Teseo para liberar a los jóvenes abandonados en el final del laberinto, que esperan su macabro final a manos del Minotauro. Y así se experimenta en Monster porque unas telas traslúcidas conforman los límites de los pasillos de esa estructura sin salida y por la que los protagonistas se encuentran, luchan, se miden, mientras puede verse a ocho jóvenes (en lugar de los catorce del mito) expectantes a lo que acontece a su alrededor, justo en medio del escenario.

El trabajo de los dos bailarines logra ese efecto esperado de ser centro de toda atención. Por sus propios méritos, es bien cierto. Pero también porque tanto la estructura escenográfica como las proyecciones que se van sucediendo siempre respetan el límite comentado: acentúan, sirven de contexto, amplifican, traducen en ocasiones o acompañan las más veces, pues son parte constituyente de la pieza, trabajan en su favor y se rinden a lo más preciado: el movimiento en directo.

Es más discutible, en cambio, otro hilo: el conductor de la historia. Empezando porque el protagonista masculino tanto tiene trazas de Minotauro como de Teseo. Confusa y poco centrada esa lectura, aunque se trate de la versión de Borges que dibuja el monstruo como una víctima, deseoso que alguien logre matarlo y así redimir sus horrores. No sé si en esa espera, y el encuentro con la joven de este dúo, se acaba perdiendo el sentido que tanto en el mito, como en la reinterpretación del genial escritor nunca olvidó: el papel de "lo civilizado" frente a “lo salvaje”. En todo caso, no se aclara demasiado hacia donde va el relato y eso también funciona a la manera de un laberinto. De extrañeza en este caso.

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