Ina Christel Johannessen / Zero Visibility
Foto: Yaniv Cohen |
Frontera
lejana
Acerca
del fenómeno de la inmigración y la dudosa atención que el mundo
occidental está prestando al tema (Europa a la cabeza de un dudoso
ranking de desgracias) trata esta coreografía de la sueca Ina
Christel Johannessen para la compañía que fundó: Zero Visibility.
Se trata de un trabajo coral de danza física con 11 intérpretes, en
el que probablemente se haya visto alguna de las imágenes más
impactantes de este Grec 2015, con un despliegue implacable,
contundente fisicalidad y que impresiona por su tensión y fuerza
expresiva. El secreto está en un colectivo de bailarines, procedente
de diversos países y tradiciones de danza, que arriesgan y sudan
cada instante como si fuera su última oportunidad. No hay descanso y
su enérgico ir y venir por el escenario, una inmensa superficie que
simula el suelo de una casa, sitúa perfectamente la “lucha
ambigua” a la que se refieren cuando presentan la pieza, entre
hospitalidad y amistad, oposición y hostilidad, con la que tratamos
a los que llegan a nuestras comunidades.
La
acción se lleva a cabo en un escenario en el que los espectadores
están intencionadamente dispuestos alrededor y son visibles durante
casi toda la función. Los focos de atención son diversos, hasta en
ocasiones difíciles de poder seguir porque se reclama la atención
desde diversos ángulos, lo que da todavía más sensación de
angustia. No es para nada una pieza cómoda de observar,
especialmente cuando en algunas ocasiones los bailarines se sitúan
mirando de frente, formando una barrera humana que se antoja llena de
dolor e incomprensión. Lo que está verdaderamente en juego en esta
obra es nuestra posición frente a ellos, más que no el sentido
dramático de lo explicado, que acaba resultando lineal y
reiterativo. Incluso excesivo en esa primera larga parte del
espectáculo.
Luego se
cierra con una anotación más breve, con sólo la mitad de sus
bailarines, en un entorno menos hostil que el anterior, aunque no
carente de dificultades. Al fin y al cabo tampoco deberíamos
idealizar nada y si la acogida que dispensamos a los inmigrantes es
una asignatura pendiente; la situación en algunos de sus países de
origen necesita también de una buena revisión, especialmente por lo
que afecta a los derechos humanos. Desde el punto de vista del
movimiento esta segunda parte se estructura con unos patrones
completamente diferentes, pues ya no se busca el impacto emocional,
sino la simpatía para con los protagonistas de la historia. La
verdad es que esta conclusión más bien rompe la pieza, y hasta
resulta un punto condescendiente. Es una frontera lejana, es cierto,
ésa que se observa desde los países del norte europeo, y los
trasiegos y desgracias diarias por el Mediterráneo. Pero convertir
este grave problema en una cuestión exclusivamente emotiva es
simplificar las cosas y tampoco creo que ayude a resolverlo.
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