dimecres, 22 de juliol del 2020

Díptic: The Missing Door i The Lost Room

Peeping Tom
Teatre Grec, 20 de julio del 2020




La disciplina del cuerpo

Poco se ha hablado estos meses de confinamiento y extraña nueva normalidad de la aparición de nuevas tecnologías en el control de los cuerpos. Mecanismos de vigilancia, sometimiento y punición con los cuales el poder controla. Quizás sean las artes en vivo las primeras que han dicho basta, estos últimos días. Y ante la posibilidad de cancelación del Festival, se apostaron a la entrada del Teatre Grec. Fueron poco más que unas decenas de manifestantes y como previa a la segunda función de la compañía belga. Pero con la presencia de la policía a una distancia considerable se daba a entender que la política (ojalá) había entendido de una vez algunas cosas: que la cultura es segura porque las medidas de prevención que se están tomando son considerables; y que se está llegando al hartazgo general frente a aquel control total de la libertad. Sin menospreciar, para nada, la gravedad de la pandemia y la necesidad de protección colectiva. Pero para todos: no solo la de uno de los sectores más precarizados de la sociedad.

Dos sonoros y largos aplausos en el anfiteatro coronaron aquella queja: el primero justo al anunciarse el inicio de la función, de agradecimiento a la organización y la movilización general de artistas, público, aficionados, periodistas, crítica, ... por su perseverante protesta. El segundo, generoso, un algo complaciente, para con una de las compañías preferidas de la ciudad: el colectivo Peeping Tom. Y como nada es normal en lo que estamos viviendo, presentaron The Missing Door y The Lost Room, un díptico que no pudieron completar con The Hidden Floor, su tercera parte: coreografías que ya habían hecho para la Nederlands Dans Theater y con un elenco propio. Y en eso, como en tantas cosas, la velada fue especial y también incompleta.

Los paralelismos con la actual situación se antojaban fáciles, aunque naturalmente es una lectura personal porque las piezas se gestaron en 2013 y 2015. En un entorno íntimo, la de dos habitaciones de hotel, con una largo cambio de escenario que separaba las dos piezas y que tampoco queda muy claro que fuera necesario, los huéspedes reciben extrañas visitas que perturban su tranquilidad. Podría ser un fantasma, o un enemigo, como un virus. Poco importa: lo substancial es cómo afecta a nuestro gesto cotidiano y al movimiento.

La compañía desplegó todo aquel conjunto de recursos coreográficos que invita a pensar en lo irreal, extraordinario y fantasioso de su control corporal. Intérpretes capaces de dibujar estelas de condensación invisibles, fantasías trazadas sobre la nada, corporalidad intangible que en todo se opone a la gestión de la normalidad. Otra vez un delicado y fascinante tumulto de imposibles, en medio del caos de una expresión fugaz y una narrativa sincrética.

Sin embargo, como si se tratara de una distopía o precisamente porque han llegado estas piezas a Barcelona justo ahora, hubo continuas señales de que algo no encajaba del todo. Es bien sabido que la realidad siempre supera a la ficción. Y esos organismos disciplinados en la gestión de la ilusión chocaban continuamente con la experiencia vital del espectador. ¿Acaso es la libertad el único reducto del cuerpo? ¿La de imaginar hipérboles, soñar engaños y crear espejismos? Porque la del movimiento, como hemos visto este tiempo, puede quedar profundamente limitada en su esencia. ¿Será que solo la disciplina de la mente es lo que nos queda y con ella su máxima expresión viva que no es otra cosa que el teatro y la danza?

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En aquest blog s'ha prestat força atenció a aquest singular col·lectiu artístic: podeu llegir aquí més entrades.

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