diumenge, 21 de juliol del 2024

From England With Love

Crítica publicada al web de la Revista Susy-Q de Danza



In love con esta danza


Aclamado por el público del Mercat de les Flors, casi unánimemente todos en pie, Hofesh Shechter ha vuelto a triunfar en Barcelona, ciudad que siempre ha acogido bien su estilo, y en el Festival Grec, certamen con cuyo director saliente siempre ha tenido una especial conexión. Aún a sabiendas de que en esta ocasión venía la segunda compañía, o precisamente por eso: por la calidad indiscutible de un elenco joven, que ha logrado incorporar como propio un juego de torsiones, manos fluctuantes y pequeños saltos, como si se tratase de movimientos incrustados en su esencia vital. Materiales coreográficos de este israelí instalado desde hace más de veinte años en Londres, que son los lugares comunes a los cuales agrada a los espectadores aficionados hacer una nueva (re)visita.

“From England with love” es un homenaje a la patria que ha acogido un impulso creativo que es, en definitiva, una evolución personal de la Batsheva Dance Company y sus años bailando trabajos de grandes creadores del continente, como por ejemplo Wim Vandekeybus. Su interés por la música, hasta llegó a tocar de batería en una banda, impregna sus piezas de una esmerada selección, incluso de clásica: aquí con Henry Purcell a la cabeza, como no podía ser de otra forma si hablamos de Inglaterra. 

Se trata de una obra que intenta generar una mirada de lo que está pasando en el tránsito histórico contemporáneo que vivimos: jóvenes que aparecen con sus uniformes de las disciplinadas escuelas británicas, para adentrarse en el caos y una cierta pérdida de sentido en el cual probablemente viva aquella sociedad (y por extensión, la europea). La pieza se estrenó el 2021, originalmente interpretada por la Nederlands Dans Theater 1. Y ese fue otro de los intereses de la noche: ver ese viaje de vuelta al segundo elenco en este caso, de una creación que no hizo para su propia compañía.

En general, a nivel discursivo, genera pequeños apuntes, líneas argumentales, algunas interpretaciones posibles de lo que muy probablemente sea uno de sus problemas más recurrentes: la falta de precisión argumental, la incapacidad para unir en un todo aquello que sirva al espectador de cauce. Aunque poco importa frente a los cincuenta y cinco minutos de vaivén interpretativo, de esos ocho bailarines entregados a un juego incesante de movimiento sinovial en todos los sentidos posibles del espacio. 

Seguramente se lo deben pasar en grande en el escenario, y eso se nota. Aunque la transmisión de esa emoción llegue al patio de butacas más por la empatía que generan; la música de alto voltaje y decibelios que todo lo envuelve; descubrir entre ellos al catalán Eloy Cojal Mestre (esto no es fútbol, pero ya se tarda en hablar de su aportación al conjunto); y un juego de luces extraordinario que es otra de las maravillas del espectáculo. En definitiva, una obra que responde a la búsqueda actual del coreógrafo, en la que belleza y complejidad, afirma, son una misma cosa. Y nosotros que lo celebramos de nuevo.

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