divendres, 12 de febrer del 2016

La banda del fin del mundo

loscorderos.sc & Mss. Q
Sala Hiroshima, 7 de febrer de 2016



¿Vida inteligente?

Mire: no nos engañemos. Si llegaran de otro planeta más avanzado, sencillamente se regresarían sin perder ni un minuto. En eso consiste ser más listo: saber qué cosas no tienen remedio. Y la compañía loscorderos.sc (David Climent, Pablo Molinero), con el concurso por primera vez de Mss. Q (Pia Nielsen), lo tienen tan claro que en su nuevo espectáculo simulan ser una banda, la del fin del mundo, como anticipo frustrado de ese encuentro. Ponen esfuerzo, claro: nos repiten hasta la saciedad en qué consiste el error, en esa obstinada voluntad de acción tan contraria al devenir improbable del destino. Pero pronto descubren una realidad que les acaba superando: nadie les escucha, excepto unos cuantos espectadores que llenan diaria y obstinadamente la Sala Hiroshima, convencidos como estamos que algo habría que hacer al respecto.

Esta es una pieza que de nuevo habla de varias cosas a la vez. Por un lado ese relato sobre la propia condición humana. Pero hay más. Se trata de un artefacto de destilación artístico que afecta a la propia experiencia escénica. ¿Esto que hacen es danza? ¿Se trata de teatro? ¿Es un concierto? Quizás todo a la vez. Y entonces: ¿cuán es el lugar que ocupan en la constelación de las artes? Y éste es el apunte, a mi entender, más interesante de loscorderos.sc. Y ampliamente coherente con el mensaje de la obra: esto da igual lo que sea, porque lo importante es lo que deviene. ¿Por qué siguen emperrados algunos en etiquetar? Ni siquiera me parece que ese concepto de “teatro bastardo” sea necesario. Lo importante es el encuentro que genera entre capacidades dispersas del pensamiento (la música, el movimiento, la palabra) para hacer posible otra cosa. Con una particularidad tan fuerte que se convierte en una singularidad creativa: la dispersión de mensajes que el público no tiene más remedio que ir ordenando según su potencial.

Porque la gran cuestión no es si una civilización superior a la nuestra perdiera su precioso tiempo enseñándonos cosas. Tampoco si nosotros seríamos capaces de escucharles, algo muy dudoso. Sino la obertura de miras que se precisaría para una maniobra como ésa y que se resumen en la máxima: no basta con comprender algo para saberlo. ¿Acaso es necesario para amar entenderlo todo? Así que hay algo más: se trata de un ruptura. La misma que genera la compañía con las disciplinas artísticas. Esa cartesianismo sobre el que hemos construido los límites de la percepción. Esa dualidad (y sus clasificaciones derivadas) que contiene en sí misma el problema. Porque no todo pasa por ser pensado. En ocasiones lo experimentado va más allá. Es el caso de La banda del fin del mundo.

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